El pasado 11 de marzo el mundo presenció las dantescas imágenes del fuerte terremoto (8.9 grados en la escala Ritcher) y el posterior tsunami que estremecieron al Japón, provocando una masiva devastación que ha cobrado miles de vidas y destruido parte del stock de capital del gigante nipón. A todo lo anterior, se le añade la creciente amenaza de contaminación radioactiva por los daños a varios reactores nucleares que ponen en mayor peligro a su población y el medio ambiente.
A pesar de la magnitud del desastre en la tercera potencia económica mundial, el consenso en algunos círculos académicos es que este tipo de catástrofes naturales no tienen efecto significativo de largo plazo en economías desarrolladas, ya que los gobiernos tienen la capacidad de generar un estímulo fiscal automático, a través de un aumento del gasto público para la reconstrucción.
Además, algunos economistas entienden que el prolongado proceso de recesión que experimentó Japón entre 1990 y 2003 redujo su incidencia sobre la economía mundial, mientras que el vertiginoso crecimiento de China le ha permitido reemplazar a Japón como la segunda economía del mundo.
Sin embargo, en el corto plazo, considerando la complejidad del actual entorno internacional y su estrecha relación con el resto de las economías desarrolladas, este desastre natural podría incidir en el desempeño de la economía global.
Japón es líder mundial en la industria automovilística y de telecomunicaciones, con procesos productivos estrechamente integrados con Estados Unidos, China y Corea del Sur, por lo que las pérdidas de capital y de generación de energía podrían interrumpir la cadena de suministro global de la cual Japón es elemento clave.
Según estimaciones de Credit Suisse y Barclays, esta catástrofe ha producido una pérdida equivalente a 7% del PIB. Se calcula que el costo inicial del proceso de recuperación y reconstrucción de Japón se ubica en torno a US$180 billones. Esto coloca al gobierno japonés en una posición difícil, ya que necesitará endeudarse para financiar estos compromisos en una situación fiscal muy vulnerable ya que su relación deuda/PIB es 220% según el Fondo Monetario Internacional (FM)I.
La alternativa a este escenario sería aumentar impuestos, al menos temporalmente, para generar los recursos para la reconstrucción. Pero esto podría deprimir aun más la demanda interna en el corto plazo. La focalización de recursos para enfrentar financiar la reconstrucción deberá reducir la demanda de japonesa por bonos estadounidenses lo que presionaría al alza las tasas de interés en EEUU y el mercado internacional. Japón posee US$882 billones en bonos de EEUU, el segundo mayor total después de China.
Se espera que los precios de commodities experimenten una caída transitoria, ya que Japón es uno de los mayores importadores de alimentos y petróleo a nivel mundial. Una abrupta caída de la demanda global en el corto plazo, deberá reducir las presiones alcistas de los precios.
En el caso del petróleo, el WTI se ubicó inmediatamente por debajo de US$100 por las expectativas de la reducción de la demanda japonesa.
Sin dudas, este lamentable acontecimiento hace el panorama mundial más incierto, y esto afectara la recuperación y el intercambio comercial a nivel internacional. No obstante, podría convertirse en una oportunidad para América Latina como proveedor de bienes primarios para Japón y el resto de esa región.
A pesar de la magnitud del desastre en la tercera potencia económica mundial, el consenso en algunos círculos académicos es que este tipo de catástrofes naturales no tienen efecto significativo de largo plazo en economías desarrolladas, ya que los gobiernos tienen la capacidad de generar un estímulo fiscal automático, a través de un aumento del gasto público para la reconstrucción.
Además, algunos economistas entienden que el prolongado proceso de recesión que experimentó Japón entre 1990 y 2003 redujo su incidencia sobre la economía mundial, mientras que el vertiginoso crecimiento de China le ha permitido reemplazar a Japón como la segunda economía del mundo.
Sin embargo, en el corto plazo, considerando la complejidad del actual entorno internacional y su estrecha relación con el resto de las economías desarrolladas, este desastre natural podría incidir en el desempeño de la economía global.
Japón es líder mundial en la industria automovilística y de telecomunicaciones, con procesos productivos estrechamente integrados con Estados Unidos, China y Corea del Sur, por lo que las pérdidas de capital y de generación de energía podrían interrumpir la cadena de suministro global de la cual Japón es elemento clave.
Según estimaciones de Credit Suisse y Barclays, esta catástrofe ha producido una pérdida equivalente a 7% del PIB. Se calcula que el costo inicial del proceso de recuperación y reconstrucción de Japón se ubica en torno a US$180 billones. Esto coloca al gobierno japonés en una posición difícil, ya que necesitará endeudarse para financiar estos compromisos en una situación fiscal muy vulnerable ya que su relación deuda/PIB es 220% según el Fondo Monetario Internacional (FM)I.
La alternativa a este escenario sería aumentar impuestos, al menos temporalmente, para generar los recursos para la reconstrucción. Pero esto podría deprimir aun más la demanda interna en el corto plazo. La focalización de recursos para enfrentar financiar la reconstrucción deberá reducir la demanda de japonesa por bonos estadounidenses lo que presionaría al alza las tasas de interés en EEUU y el mercado internacional. Japón posee US$882 billones en bonos de EEUU, el segundo mayor total después de China.
Se espera que los precios de commodities experimenten una caída transitoria, ya que Japón es uno de los mayores importadores de alimentos y petróleo a nivel mundial. Una abrupta caída de la demanda global en el corto plazo, deberá reducir las presiones alcistas de los precios.
En el caso del petróleo, el WTI se ubicó inmediatamente por debajo de US$100 por las expectativas de la reducción de la demanda japonesa.
Sin dudas, este lamentable acontecimiento hace el panorama mundial más incierto, y esto afectara la recuperación y el intercambio comercial a nivel internacional. No obstante, podría convertirse en una oportunidad para América Latina como proveedor de bienes primarios para Japón y el resto de esa región.
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