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domingo, 29 de mayo de 2011

El mal no está en la sábana


Por Mario Díaz
El autor es periodista

31 de enero 2011.-Recorría los pasillos de una majestuosa plaza comercial de la zona oriental, junto a mi familia. Sentado allí, obviamente recuperando bríos, estaba mi buen amigo Alexis Duval, compositor y cantante de brillante trayectoria, cuya voz hemos escuchado unida a la de su inseparable amigo y también talentoso cantautor Henry García, con quien formó una dupla envidiable, grabando coros en diversas producciones merengueras.

Después de asimilar la grata sorpresa del accidental encuentro y del saludo de rigor, no pudimos evitar caer en lo que tanto lamentamos todos los que amamos nuestra cultura: la involución que ha sufrido el merengue y, dentro de ésta, lo desubicado que viven muchos de merengueros.
Recientemente, Eddy Herrera expresó que quizás los compositores más experimentados están produciendo temas que en los 80’s hubieran funcionado, pero que ahora no, añadiendo que incluso un muchacho de 13 años puede escribir un éxito.

Kinito Méndez pregona que los merengueros de los 80’s deben cambiar y adaptarse a lo que le gusta a la juventud actual, por lo que grabó y suena en la radio un merengue electrónico titulado “El Beso”.
Carlos David me dijo, en una breve reunión que tuvimos hace pocos días, que se debe entender que el “el merengue de los 80’s ya pasó” y que ahora los jóvenes quieren otra cosa.

Y así hay otros por ahí dando palos a ciegas y tratando de tapar el sol con un dedo, ignorando que los procesos se llevan sin reparo todo lo que esté de por medio. Es ley de vida, pues ningún elemento existente permanece estático y, en tal sentido, la música no es excepción.
Desde mi humilde óptica, no se trata de acomodar las fichas del juego según nos convenga, subestimando la inteligencia y la capacidad analítica del público, introduciendo elementos que contribuyen a confundir y enrarecer la situación.
Si la cosa fuera tan simple como adecuar sonidos o buscar autores adolescentes todo estuviera en calma y se asumiera como un proceso normal y lógico, pues con la solución a mano no existiría el problema. Pero, desgraciadamente, la cosa va mucho más allá.

Son numerosos los factores que incidieron a favor para que el merengue de la década de los 80’s se convirtieran en los años dorados del merengue, a saber: estabilidad y crecimiento de la economía, máxime en los Estados Unidos, que son el soporte principal de la tranquilidad financiera dominicana, y mayor poder adquisitivo de una clase media que ha sido siempre sostén de las actividades artísticas y deportivas más relevantes; formación de agrupaciones con sólido respaldo musical y empresarial; flujo de capitales extranjero interesados en grabar talento criollo; emporios discográficos que incluso organizaron filiales o nombraron representantes en la República Dominicana; surgimiento de músicos, cantantes y compositores de calidad que contribuyeron a diversificar con sus respectivos sellos originales la oferta musical vernácula; expansión hacia plazas como Puerto Rico, Venezuela y Nueva York, sobre todo, donde se fundaron orquestas de dominicanos y/o de nacionales de esos países.
Aunque muchos quieren ponerse vendas o actuar como el avestruz, hay que decir con total responsabilidad y sin que eso implique sumisión o defensa, que el narcotráfico desempeñó su papel en el desarrollo y auge del merengue en esa inolvidable década, donde no sólo brillaron los merengueros, sino que nuestros baladistas disfrutaron también de gran acogida musical y bonanza económica.

Pero así como algunas llamadas narcorquestas se adueñaron del medio, a base de papeletas, pues los padrinos pagaban exorbitantes sumas para poner en primer plano a sus protegidos, multiplicando el valor en efectivo de los lugares cimeros de los “Hits Parades” y alimentando al monstruo de la payola con pagos de viajes al extranjero, fines de semana en lujosos resorts, compra de autos y otras prebendas.
Algunos padrinos luego quisieron pasar a ocupar el rol protagónico, pues ya no se contentaban con financiar a otros sino que pretendían convertirse en figuras, con el contubernio de sus incondicionales enquistados en los medios. Ahí comenzó la verdadera debacle de nuestro ritmo, en términos de buen gusto, pues desde Nueva York recibimos un bombardeo de basura con güira y tambora que generó desaliento e impotencia entre los abanderados de la calidad. En el marco de aquella catástrofe, recuerdo siempre la ocurrencia del respetado maestro Crispín Fernández que me dijo una vez: “En Nueva York hay una competencia por ver quién hace el merengue más malo”.

La piratería musical se incrementó y se tornó inmanejable con la aparición y popularización de los aparatos que reproducen y copian estos soportes, los cuales permiten copiar desde una computadora personal o PC, con pasmosa facilidad, todas las canciones habidas y por haber, por lo que las copias privadas tentaron a los comerciantes sin escrúpulos para industrializar la venta de discos compactos ilegales.

Esa misma facilidad de la PC se transfirió a la posibilidad de sustituir a los grandes estudios de grabación y arreglistas profesionales y la música se prostituyó aún más, con la irrupción de la corriente house, convirtiendo el arte musical en un producto casero, a tal grado que personas con mucho talento cibernético, pero con escaso cerebro musical se fueron introduciendo en el gusto de una población joven que ya demandaba casi a gritos los relevos, mismos que cuando intentaban sacar la cabeza se las cercenaban, a fuerza de contrapayola o aniquilándolos con la ausencia de oportunidades. No los dejaban pasar.

Entonces el hueco lo aprovecharon muy buenos merengueros nacidos en la Isla del Encanto, que lograron triunfos tan contundentes que se situaron a la par con sus colegas dominicanos y en algunos casos hasta por encima en términos de proyección internacional, destacándose Olga Tañón, Manny Manuel, Elvis Crespo, Grupomanía, Los Sabrosos del Merengue y José Medina, entre otros.

Pero la dialéctica es dictatorial y con los cambios generacionales el apetito de la juventud quería probar otros sabores, no lo que le impusieran a su gusto, y entonces corrió a buscar sus propios condimentos, fabricando sus ídolos, para lo cual abrazaron a los que tenían en gran medida su misma configuración, lo más parecido a su propia esencia, la que esta sociedad descompuesta, a la que se le niega con frialdad descarada el 4% para su educación, mientras se derrochan millones en francachela oficial, y vías de consecuencias con la mente anquilosada, identificándose primero con reguetoneros boricuas y a seguidas con los denominados merengueros de calle o “mamberos”, con el respeto que merece el mambo, género musical cubano popularizado mundialmente por Dámaso Pérez Prado y cuya paternidad se le atribuyen tanto a este último como a Israel (Cachao) López.
Esa falta de relevos de calidad es lo que ha herido de muerte al merengue, porque la salsa no se detuvo en las grandes figuras que proyectó el emporio disquero Fania, sino que supo complementar a éstas hasta nuestros días con Oscar de León, Frankie Ruiz, Lalo Rodríguez, Eddie Santiago, Luis Enrique, Jerry Rivera, Gilberto Santa Rosa, Tony Vega, Víctor Manuelle, Tito Nieves, Tito Gómez, Tito Rojas, José Alberto (El Canario), Marc Anthony, Héctor Tricoche, La India, Niche, Guayacán, Rey Ruiz, Son de Cali, Giro, Adolescentes, El Klan de Porfi, Mariano Cívico, Sexappeal, Asdrúbal… sinque eso significara olvidar a Johnny Pacheco, Pete El Conde Rodríguez, Richie Ray y Bobby Cruz, Willie Colón, Héctor Lavoe, Celia Cruz, Ismael Miranda, Eddie Palmieri, Ismael Quintana, Rubén Blades, Sonora Ponceña, Raphy Leavitt, Adalberto Santiago, Justo Betancourt, Ray Barretto, Bobby Valentín, Néstor Sánchez, Larry Harlow, El Gran Combo y otras luminarias.

Los compositores no somos de moda, porque las canciones son canciones, a no ser que se enmarquen en un refrán o hecho que las limiten.

Una buena canción es buena en cualquier época y de no ser así ya hubiera un cementerio de boleros, baladas, salsas, merengues… y del cementerio no se retorna a la vida.

Creo que no es asunto de introducir musarañas al merengue, sino de que quien ha cambiado es el público, que hoy ve a todos los merengueros de los 80’s como “los ídolos de sus papás” y, por tanto, los considera viejos, señores a los que ven con respeto y se pueden gozar sus repertorios, pero con los cuales jamás se alocarían como lo hacen con Juanes, Enrique Iglesias, Luis Fonsi, Jeancarlos Canela, Wissin y Yandel, Calle 13, Issa Gadala…

Johnny Ventura, Los Rosario, Sergio Vargas, Fernando Villalona, Rubby Pérez, Toño Rosario, Héctor Acosta, Milly Quezada, Peña Suazo y La Banda Gorda y el propio Eddy Herrera nunca han variado su línea musical y han mantenido un status al menos estándar en la aceptación popular. Habría que ver cómo reacciona el público que los sigue si de un momento a otro dan un giro creyéndose jevitos, a no ser que quieran hacer el ridículo ante un público joven que lo menos que haría sería mofarse de ellos. Hay que aprender “aceptar con donaire el consejo de los años” y ponerse en el lugar que le corresponde a cada uno según lo que dicta el calendario.

Simplemente, la generación que lanzaba panties, se desmayaba, silbaba y gritaba como loca con la sola presencia de nuestros ídolos merengueros de los 80’s ya no está en esa etapa y aunque sigue fiel a la música y artistas con los que se identificó en sus años juveniles es obvio que su fanatismo ha ido a parar a manos de sus hijos y nietos, quienes andan en otra onda.

Pero tampoco es asunto que de “aceptar que el merengue de los 80 ya pasó”, porque sería lo mismo que replegarnos al “no hay más ná” y consolarnos con lo que se produce ahora desprovisto de calidad literaria, musical e interpretativa. Lo bueno es bueno siempre, no es moda y, por tanto, nunca pasa. Por algo son tan sintonizados esos programas de merengues de antaño. Lo que pasa es que a falta de no poder igualar y mucho menos superar la calidad de aquellos años, la frustración está emborrachando a mucha gente.

Caramba, tampoco debemos pensar como si el merengue y los merengueros de los 80’s fueran descartados, pues no es así la realidad, hay público y gustos disímiles. Es más, ninguna fiesta navideña o espectáculo en grande se concibe sin güira y tambora. Sólo revisen los itinerarios de nuestros principales artistas del género durante el pasado mes de diciembre y lo comprobarán.

No se debe estar con Dios y con el Diablo, por lo que otra vez me uno al clamor jatnniano: ¡Que viva el merengue!

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